Han dejado de lado la vergüenza y los prejuicios para saldar una asignatura pendiente. Esteban Barral y Franco Nesti son de los que piensan que nunca es tarde para rescatar al roquero que uno lleva dentro y, ya jubilados, aprenden a tocar la guitarra, pasados los 60 años. Son dos de los alumnos de mayor edad de A Casa do Rock, una escuela musical de Santiago en la que comparten la pasión por la música desde niños muy pequeños hasta abuelos.
Franco, de 65 años, es de origen italiano. Todavía conserva un acento marcado. Trabajó toda su vida en la hostelería y hace un par de años dejó en manos de su hija el negocio que dirigía en el casco histórico compostelano, La Piccola Italia (en la plaza de Fonseca). «En hostelería no son los años que llevas, son las horas… Mientras trabajaba no había manera de hacer nada más que eso y, cuando me retiré, quise ponerme al día con las cosas que no había podido hacer antes. Tengo A Casa do Rock a pocos metros de mi casa y el año pasado me matriculé en ella para volver a tocar la guitarra, algo que dejé aparcado por falta de tiempo», relata.
Cuenta que su hermano siempre fue más de libros, y él, de música. Aprendió sus primeros acordes con 14 años e incluso formó parte de algún grupo, «aunque no llegamos a nada», recuerda Franco. No olvidó en este tiempo lo más básico, pero desde que ha vuelto al ruedo en las clases con Rodolfo «he aprendido mucho más». El próximo mes pasará a formar parte de un combo de la escuela y confiesa que le hace ilusión reencontrarse con los escenarios. En el festival de fin de curso de este año ya tuvo ocasión de actuar frente a sus tres nietos, aunque no alberga muchas esperanzas de contagiarles su espíritu roquero, porque «son más de fútbol», dice. El italiano practica todos los días media hora por la mañana, antes de salir a caminar, y, aunque se considera un roquero clásico, también disfruta con la música italiana y con la ópera.
Esteban, a diferencia del anterior, va a clases de guitarra eléctrica por las tardes, con Héitor. «Este é o terceiro ano que vou. Xubileime aos 61 e xa quería empezar antes, pero dábame vergonza, porque me parecía que era moi maior para isto. En realidade, foi todo por cousa da miña filla. Cando era adolescente pediume unha guitarra e eu compreilla. Tíñaa na casa e empecei a sacar uns acordes vendo titoriais en YouTube e máis cunha amiga dela, que me deu unhas clases», explica.
Este vecino de Touro cuenta que «o rock dos 70 sempre me gustou. Escoitaba Led Zeppelin, Deep Purple… pero sendo fillo de labregos, nun pobo da Galiza profunda como era eu (Pantiñobre, en Arzúa) había que ir coas vacas e a ninguén se lle ocorría pedir unha guitarra na casa, nin sequera un tocadiscos. Casei novo, cando volvín da mili, e logo viñeron os fillos e a vida adulta, polo que non me acordei máis da música… había outras preocupacións, como pagar as facturas». Ahora Esteban lleva una jubilación activa y asegura entre risas que, «as veces, ata me sinto roqueiro aínda que non toque. Aconsellaríalle a toda a xente que o faga porque mentalmente vén moi ben. Paréceme que A Casa do Rock fai unha labor social importante e animaría á xente coma min, que xa temos uns anos, que veña porque a vergonza para o único que sirve é para quitarche de facer cousas».
Además de aprender guitarra, Esteban también va a clases de pandereta y a baile gallego, dos actividades que comparte con su mujer, a la que no fue capaz de convencer para tocar otro instrumento. As cousas que nunca puiden facer estounas a facer agora, constata el arzuano con voz alegre. La última experiencia que lo sacó de su zona de confort fue participar en la macroactuación que organizó A Casa do Rock en el Monte do Gozo hace un par de semanas: «O primeiro ano que tiven que actuar en público paseino moi mal, víame maior, pero desta vez sentinme como un chaval máis e disfruteino».